El árbol más singular de la Sierra de Guadarrama está atado a una historia de amor. En realidad está encadenado y la historia narra el cariño que un hijo tuvo a su padre.
Ocurrió en el verano de 1924, el empresario Nicolás María Urgoitiz –creador de
empresas como Papelera Española, diario El Sol o editorial Calpe, entre
otras– estaba pasando unos días en la Sierra, como buen amante de las montañas que era. Socio del Club Alpino Español, se hospedaba en el chalet que la entidad montañera más antigua de Madrid tenía en El Ventorrillo, perteneciente al pueblo de Cercedilla.
Tenía por costumbre Urgoitiz pasear por el pinar rumbo al arroyo de
Navalmedio y la pradera de las Cortes. También descansar a la sombra de
un frondoso pino situado a la vera del camino. Precisamente allí fue
donde le llevaron la noticia de la muerte de su padre, don Ricardo Urgoitiz.
Conmocionado, quiso Nicolás M. Urgoitiz rendir homenaje a la memoria de su
progenitor, ocurriéndosele la idea de cinchar la base del imponente pino donde recibió aquel mazazo. Por caprichos del
destino este pino acababa de ser señalado para su tala. Don Nicolas, a
pesar de su dolor (o a causa de este) no lo quiso permitir: localizó al
maderista y le compró el ejemplar y dispuso que se ciñera alrededor de la
base del tronco una gruesa cadena de cuyos eslabones pendieran,
mientras el árbol viviese, las letras de un escueto epitafio, dedicado a
su padre:
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