Bajo la apariencia de paz y armonía de los bosques se esconde un mundo de intensas batallas por la supervivencia. A lo largo de su vida, los árboles sufren infinidad de ataques de organismos nocivos, como insectos, bacterias y hongos. Hasta hace poco tiempo la respuesta contra estos enemigos se veía como una reacción simple y pasiva. En cambio, hoy se sabe que los mecanismos de defensa de los árboles, como los de cualquier otra planta, son rápidos, activos e implican a otros elementos del ecosistema con los que los arboles establecen relaciones de diferente naturaleza.
Para hacer frente a las continuas agresiones, los árboles han desarrollado complejos y variados sistemas defensivos que pueden regular en función del riesgo de ataque y de las condiciones ambientales. Así, del mismo modo que el sistema inmune del ser humano responde ante situaciones de riesgo de infección o ataque, los árboles reaccionan para aumentar y producir más y nuevas defensas.
Los pinos jóvenes, por ejemplo, multiplican hasta cuatro veces el contenido de su resina, su principal sustancia defensiva, pocas horas después de ser atacados por el gorgojo del pino (Hylobius abietis). Este insecto come su corteza y el tejido conductor de nutrientes y causa enormes pérdidas en el sector forestal en toda Europa.
Además, su ataque desencadena cambios morfológicos en el sistema de canales resiníferos que protegen al pino a medio y largo plazo. Los pinos pueden dejar de crecer y dedicar todos sus recursos a producir barreras químicas y físicas adecuando su anatomía y fisiología a la situación de riesgo. El gorgojo del pino causa enormes pérdidas en el sector forestal en toda Europa.
Pero estas respuestas no son siempre iguales ya que dependen entre otros factores del enemigo que provoca el daño, de la intensidad de este y de los factores ambientales como la disponibilidad de luz, agua y nutrientes. Estudios recientes en este ámbito ponen de manifiesto que uno de los mecanismos defensivos más característicos son las alteraciones en la emisión de compuestos aromáticos a la atmósfera.
Para hacer frente a las continuas agresiones, los árboles han desarrollado complejos y variados sistemas defensivos que pueden regular en función del riesgo de ataque y de las condiciones ambientales. Así, del mismo modo que el sistema inmune del ser humano responde ante situaciones de riesgo de infección o ataque, los árboles reaccionan para aumentar y producir más y nuevas defensas.
Los pinos jóvenes, por ejemplo, multiplican hasta cuatro veces el contenido de su resina, su principal sustancia defensiva, pocas horas después de ser atacados por el gorgojo del pino (Hylobius abietis). Este insecto come su corteza y el tejido conductor de nutrientes y causa enormes pérdidas en el sector forestal en toda Europa.
Además, su ataque desencadena cambios morfológicos en el sistema de canales resiníferos que protegen al pino a medio y largo plazo. Los pinos pueden dejar de crecer y dedicar todos sus recursos a producir barreras químicas y físicas adecuando su anatomía y fisiología a la situación de riesgo. El gorgojo del pino causa enormes pérdidas en el sector forestal en toda Europa.
Pero estas respuestas no son siempre iguales ya que dependen entre otros factores del enemigo que provoca el daño, de la intensidad de este y de los factores ambientales como la disponibilidad de luz, agua y nutrientes. Estudios recientes en este ámbito ponen de manifiesto que uno de los mecanismos defensivos más característicos son las alteraciones en la emisión de compuestos aromáticos a la atmósfera.
Multitud de compuestos orgánicos volátiles son continuamente liberados por las plantas y en particular por los árboles. Esta liberación la percibimos en el peculiar olor que desprende un pinar, un eucaliptal o un bosque de laureles. Pues bien, la alteración en la concentración o composición de estas mezclas de sustancias es un efectivo sistema de comunicación interno del propio árbol. De este modo, señala la presencia de un ataque a partes alejadas de este sin necesidad de recurrir al lento y costoso transporte a través del sistema vascular.
Y no solo eso: con estas variaciones en la emisión de volátiles, el ‘aroma a estrés’ de la planta es una pista de información fiable que logra atraer a otros organismos, como aves insectívoras e insectos depredadores y parasitoides de los herbívoros, que se alimentan de los enemigos del árbol y son por ello beneficiosos para él. Así consiguen indirectamente reducir la presión de sus atacantes, estableciendo una red de relaciones con otros habitantes del bosque que, como si de un lenguaje se tratase, interpretan los mensajes emitidos por los árboles.
Pero, ¿podrían otros árboles en la vecindad percibir este código particular de sustancias volátiles como señal de alarma y alto riesgo de ataque? De ser así, las plantas no atacadas al detectar los mensajes de alerta en los compuestos emitidos, podrían pre-activar su sistema inmunitario y prepararse para un posible ataque. En la actualidad las investigaciones en este campo se centran en despejar estas y otras incógnitas acerca de las diversas formas de comunicación entre las diferentes partes del mismo árbol, entre distintos árboles, entre árboles e insectos e incluso entre árboles y hongos beneficiosos. Se abre un complejo mundo de interacciones donde son muchos los organismos implicados que perciben o participan de este lenguaje de los bosques. Desde este punto de vista se puede decir que hemos entrado en la era de la comunicación de las plantas.
Y no solo eso: con estas variaciones en la emisión de volátiles, el ‘aroma a estrés’ de la planta es una pista de información fiable que logra atraer a otros organismos, como aves insectívoras e insectos depredadores y parasitoides de los herbívoros, que se alimentan de los enemigos del árbol y son por ello beneficiosos para él. Así consiguen indirectamente reducir la presión de sus atacantes, estableciendo una red de relaciones con otros habitantes del bosque que, como si de un lenguaje se tratase, interpretan los mensajes emitidos por los árboles.
Pero, ¿podrían otros árboles en la vecindad percibir este código particular de sustancias volátiles como señal de alarma y alto riesgo de ataque? De ser así, las plantas no atacadas al detectar los mensajes de alerta en los compuestos emitidos, podrían pre-activar su sistema inmunitario y prepararse para un posible ataque. En la actualidad las investigaciones en este campo se centran en despejar estas y otras incógnitas acerca de las diversas formas de comunicación entre las diferentes partes del mismo árbol, entre distintos árboles, entre árboles e insectos e incluso entre árboles y hongos beneficiosos. Se abre un complejo mundo de interacciones donde son muchos los organismos implicados que perciben o participan de este lenguaje de los bosques. Desde este punto de vista se puede decir que hemos entrado en la era de la comunicación de las plantas.
Por Rafael Zas y Luis Sampedro (CSIC), son investigadores del CSIC en el grupo de investigación XenForLab de la Misión Biológica de Galicia (Pontevedra).
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