Los desastres naturales, como los incendios o las tormentas, acaban cada año con miles de hectáreas de arbolado. Cuidar y fomentar las masas boscosas ayuda a mantener la biodiversidad, regular el clima y proteger el terreno ante lluvias y corrimientos de tierra, pero, sobre todo, contribuye a absorber las emisiones de CO2.
En España hay una gran superficie boscosa. Sin embargo, los incendios o las actividades agrarias han generado grandes terrenos sin arbolado. Según el III Inventario Forestal Nacional, en nuestro país hay más de nueve millones de hectáreas de superficie forestal desarbolada e importantes zonas agrícolas semiabandonadas o de muy escasa rentabilidad, susceptibles de ser cambiadas a uso forestal.
Uno de los principales motivos por los que es fundamental reforestar es la capacidad que tienen los bosques de actuar como sumideros naturales de carbono. Y es que la actividad humana genera, cada año, más de 40 gigatoneladas de CO2. La mitad se acumula en la atmósfera, mientras que el resto es absorbida por los sumideros naturales de carbono (árboles, océanos, suelos, etc.) uno de los mayores aliados contra el cambio climático.
Los bosques contribuyen a evitar la erosión del terreno producida por las lluvias; captan agua y regulan su filtrado hacia los manantiales; crean paisaje; contribuyen a la biodiversidad dando cobijo a plantas y animales; y aportan suministros como frutos, madera o energía a través de la biomasa.
CÓMO ACTUAR TRAS UN INCENDIO
Cada verano escuchamos noticias sobre los incendios que afectan a nuestros bosques y cuya recuperación conlleva años de trabajo e inversión. Una vez extinguido el fuego, comienza un largo proceso que se extiende durante “los 40 o 50 años que tarda en hacerse el bosque”, según estudios de Sylvestris, una empresa social especializada en reforestación de bosques y desarrollo rural.
En primer lugar, hay que limpiar el monte y “extraer los restos que pueden ser reutilizados, por ejemplo, para generar biomasa”. Y una parte de esos árboles calcinados se destina para crear “fajines y albarradas”, una especie de muros de contención que “protegen de la erosión” para que “cuando la lluvia arrastre la tierra y la ceniza, los limos se queden”. Y tras dos años de reposo, que se dejan para ver si “el bosque es capaz de regenerarse de forma natural con semillas enterradas o porque las raíces no se han quemado”, comienza el proceso de reforestación de la mano de ingenieros forestales, que “desarrollan un proyecto técnico y de gestión durante los siguientes años, que depende de cada bosque, de la altitud, del clima o de las especies”. Con el plan bien armado, comienza la plantación de los pequeños árboles, de escasos centímetros, cultivados siempre en viveros de la zona.